sábado, 7 de mayo de 2011

El animal enfermo (cuadernos póstumos)




“Primates lampiños suspicaces. El fuego encontraron, las manos se quemaron”
Mal Vasallo
“Soy, por fin lo he comprendido, enemigo de la humanidad”
Extremoduro
Bien, ustedes saben que una de las especialidades de este blog es señalar la mierda antropocéntrica que nos constituye histórica y socialmente, con el deseo de que el lector opte por demoler lo peor de sí mismo, y por supuesto, que en vez de chillar se ponga a tejer una nube de sueños rizomórficos. Para esta entrega les propongo el siguiente ejercicio: partiendo de que el humano es un ser arrogante que, ante la incomprensión, menosprecia aquello que no se ajusta a su realidad simbólica, podríamos hacer un recuento de algunas de las contradicciones a las que nos conduce la creencia de asumirnos como la puta cumbre de la existencia. Les adelanto: esto va a ser como escupir para arriba, como probar el martillo que desintegra nuestro orgullo en su arqueología y matriz. Aquí no hay cabida para humanos mariquitas, de esos que son razonables y no usan su razón para observarse. ¿Se ha entendido? Tenemos que ser severos para reconocer el origen de tanta estupidez que acostumbramos decir, pensar, hacer (especialmente cuando su fundamento proviene de una desgastada obsesión de raíces narcisistas); y empezar por admitir que el espejo histórico de la vereda humana refleja a un animal enfermo, embaucado por sus propios engendros, decadente, que reprime torpemente sus sospechas de que además de la vida como cálculo existe una pluralidad radical de posibilidades para relacionarse con el mundo.