viernes, 14 de marzo de 2014

Por qué El caballo de Nietzsche

Ocurrió en Turín, el 3 de enero de 1889. Friedrich Nietzsche cruza la plaza Carlo Alberto y se topa con un cochero que azota con el látigo a su caballo, rendido, agotado, resignado, doblegado en el suelo. Nietzsche, hondamente dolido, herido en lo más profundo de su alma, se arroja sobre el caballo y lo abraza.
Los relatos del incidente varían según los autores. Unos dicen que le susurró palabras que solo él, el caballo, podía oír. Otros dicen que permaneció en silencio, llorando, quizá hablándole sin pronunciar palabra. Pero todos coinciden en que fue un episodio crucial en la vida del filósofo alemán: el momento en el que perdió lo que la humanidad llama “razón” y, de alguna forma, rompió para siempre con esa misma humanidad, que lo consideró desde entonces un perturbado. Permaneció junto al caballo hasta que fue detenido por desórdenes públicos. Sabemos lo que pasó después con Nietzsche, pero no hemos sabido qué fue de aquel caballo.
Podemos pensar, como escribió Milan Kundera en La insoportable levedad del ser, que en aquel momento Nietzsche pedía perdón al caballo en nombre de la humanidad, en nombre de Descartes. Queremos pensar que le pidió perdón porque la humanidad, al construir su relación con los animales, eligiera a Descartes frente a, por ejemplo, Pitágoras. Porque se apoyara en Descartes y no en Pitágoras para interpretar el “dominio” que, según el Génesis, Dios otorgó a los humanos sobre los demás animales.
Hay palabras en el Génesis que nos podrían haber permitido construir esa relación sobre el respeto, sobre una premisa de protección de los “superiores” sobre los “débiles”, incluso sobre el amor. Pero los humanos optaron por interpretar que podemos ejercer de dueños y señores de cuanto nos rodea, y la historia de la humanidad es la del uso a su antojo y el abuso del resto de los animales.

jueves, 27 de febrero de 2014

Una respuesta a los "veganos puristas” y la “policía vegana” que critica a los veganos que tienen gatos no-veganos

por Stve Best




He estado leyendo un montón de críticas en contra de los veganos como yo, que tienen gatos (5 gatos de rescate en mi caso) que no son veganos, y también son depredadores que, si se les permite salir, matan a las aves, lagartijas, ratones y otros animales.

En primer lugar, a diferencia de los perros, es muy difícil hacer veganos a los gatos (aunque algunos con éxito lo hacen), y la ciencia no asegura si los gatos pueden ser veganos y prosperar (y algunos dicen que pueden). Aunque no sean veganos, los dueños de gatos pueden y deben por lo menos reducir el consumo de carne de sus gatos, mezclando su comida con croquetas vegetarianas o alimentos secos para minimizar el problema de la mejor manera posible.

Pero ése no es realmente mi punto, es más bien el argumento que escribí recientemente en Facebook y en esta entrada de blog (http://drstevebest.wordpress.com/2011/08/28/the-commodification-of-veganism-and-myth de purismo /) que “el purismo vegano” y la “no violencia” son los mitos sociales y las leyendas urbanas que requieren una cierta honestidad entre los veganos y el reconocimiento de la forma sistemática de que nuestro mundo es no vegano y violento, de manera que las inconsistencias e hipocresías son inevitables. Reconozco ser un rescatista de gatos no veganos. La mayoría de la gente reconoce este punto general, aunque el otro día por primera vez, un vegano que me argumentó que su estilo de vida era perfecta, incuestionablemente consistente y libre de contradicciones.